jueves, 25 de octubre de 2012

Escobas y cajas registradoras. Talismanes y talibanes de la innovación.

Abro mi participación en la sección de innovación educativa de blogcanaleducacion.es y tras un primer impulso de tirarme a la piscina y liarme a desmadejar experiencias y líneas de acción novedosas, se me ha ocurrido meter tímidamente el pie a ver si el agua está muy fría o demasiado caliente. Incluso si el espejismo de una piscina llena de propuestas ‘innovadoras’ esconde un tinto avinagrado, el agua de la vieja fuente de nuestros antepasados o verdadero ácido corrosivo con apariencia inocua.
Así que me voy a la wiki para ver la raíz etimológica y me dice que el vocablo innovación tiene que ver con la acción de hacer algo nuevo con la dirección de dentro. No me queda muy claro si se refiere a hacer algo nuevo con lo de dentro –lo que como metáfora educativa podría explorarse como un acto de purga intestinal–, o hacer, desde dentro, algo nuevo –lo que parece invita a pensar en una suerte de iluminación proyectiva de una verdad revelada o, quizá, inventada–. De las dos hay, pero de eso ya hablaremos en otro post.
 En fin, parece claro que la cosa va de “hacer algo nuevo” así que me pongo a buscar ejemplos y los encuentro en los periódicos. Según esta acepción, Innovación parece ser la contratación de profesores nativos de inglés para dar geografía de España, la implantación con calzador del IMQF en centros públicos, la extensión de pruebas homogeneizantes de nivel en cada etapa-curso educativo. También es nuevo que en vez de disminuir las ratios de profesor-alumno se aumenten o que los organismos institucionales que incluyen la palabra innovación en su propio nombre, decidan avalar –con publicaciones propias–, la idea –incorrecta por otra parte– de que una de las claves de la excelencia danesa en educación es la ausencia de innovación y experimentación. También es nuevo sostener -con la ignorante arrogancia de quien no se ha dedicado a vivir un proceso educativo con un grupo de alumnos más que un centenar de horas-, que no es necesario preguntar por los caminos a recorrer a aquellos que ‘escriben’ día a día –y por miles de horas– las historias de la educación. La historia de Juan, Felipe, Andrea, Lucía… Y que no preguntan está claro. Ni escuchan. Ni ven.
Hay muchas formas de innovar en educación. Las que me interesan no son estas nuevas prácticas sino las que exploran caminos con un fin muy distinto. Y el fin que me interesa en las prácticas innovadoras está muy comprometido con algunos de los discursos que se llevan escuchando hace décadas y otros que estamos creando entre algunos hoy mismo desde la experiencia educativa.
¿Innovar para qué? Si innovar supone la experimentación de metodologías, recursos, materiales, proyectos que buscan segregar aún más una sociedad en la que la brecha de la pobreza es cada vez mayor. Me te temo que me interesa poco. Con esto me refiero a la innovación como generadora de marcas asociadas a campañas de marketing educativo. Prácticas educativas en las que lo primero que nace es la marca y su logo.
Porque la palabra innovación se ha convertido en un término talismán que se utiliza convulsivamente intentando dotar de modernidad, eficacia y excelencia cualquier tipo de proyecto o centro educativo que lo nombra. Un término que por exceso de uso ha perdido su significado. Algo parecido ocurre con la creatividad, competencia, inteligencia emocional. Con todos esos ingredientes hoy se cocinan productos de consumo educativo por doquier: desde libros, películas, software, centros educativos de excelencia e incluso programas de televisión. Productos que poco tienen de innovación y mucho de penetración en el mercado. El mercado de los euros y el mercado de los pensamientos, los valores, los dictados del “estar en el mundo”. También de segregación, de diferencia, de brecha. No es esta la innovación que me interesa.
Pero, ¿qué hay de nuevo en la educación que necesita de tanta innovación? Porque algo está claro; los centros o programas que se asocian a los términos innovación, creatividad, etc. lo hacen sabiendo que estos –y no otros– son los ingredientes indispensables en una educación de calidad en nuestro tiempo.
La sociedad actual nada tiene que ver con aquella que exigía de una transmisión de contenidos y valores de generación en generación. Los valores en alza son los que hacen competentes a las personas para cambiar, adaptarse, crear. Nadie sabe cómo será la sociedad en unas pocas décadas. Lo que sí se sabe es que vivir en ese mundo exigirá una alta capacidad de innovación, creatividad, sociabilidad.
Hace años que muchas voces apuntan la necesidad de cambio de las escuelas. Ken Robinson –con sus célebres vídeos en youtube– y tantos otros acusan a las escuelas de matar la creatividad, de alinear, de incapacitar a los niños y jóvenes para convertirse en ciudadanos activos en esa nueva sociedad de la comunicación.
Sin embargo, los planes de estudio y las políticas educativas siguen un camino totalmente opuesto. El ejemplo más llamativo es el aumento en el número de pruebas que estandariza el aprendizaje y la forma en que lo obtienen los alumnos
Es como si viajáramos imparables a una segregación radical de nuestros jóvenes:
Unos se educarán en centros en los que se ensayan programas innovadores en los que se busca el desarrollo de competencias necesarias para convertirse en ciudadanos activos en la sociedad de la comunicación.
Otros se educarán en centros en los que los programas de formación del profesorado y los programas de innovación se limitan al manejo de las tecnologías y el dominio del inglés.
Centros que formarán cerebros de pensamiento flexible, creativo, emprendedor, proactivo frente a otros que formarán para atender al turista en un inglés aceptable y manejar con cierta facilidad la caja registradora.
Parece que a los centros públicos les ha tocado la segunda función si miramos los proyectos de formación del profesorado que se subvencionan desde las autoridades educativas o la supresión de premios y subvención a proyectos de innovación en comunidades como la de Madrid ¡y antes de la crisis, por cierto!
Así que hoy, desde mi modesto punto de vista, hablar de innovación es          –entre otras cosas– hablar de brecha digital en una sociedad conectada. La brecha que separa los que tienen acceso a la red como escenario de creación, como herramienta de empoderamiento y otros que protagonizan el acceso a la red como una herramienta alienante en una vida dictada.
Distintos modelos educativos que se desarrollan sobre metodologías distintas y con ensayos innovadores distintos. Ambos modelos llevan asociado el adjetivo “innovador”, sin embargo solo me interesa uno de ellos.
Es la brecha entre una educación creativa, activa, empoderada y otra repetitiva, estandarizada, que responde solo a una función instrumental.
La diferencia entre implantar planes “innovadores” para la enseñanza del inglés o el uso de las ‘nuevas’ tecnologías y apoyar programas innovadores que ensayan sobre metodologías participativas, socializadas, en red, flexibles, creativas….
¡Polisemias del logo ‘innovación’!….. frente a estas, hablar de innovación es interrogarse sobre el mecanismo de la escoba: ¿para qué sirve una escoba? (“No pienses en una escoba”)

Fuente de la imagen: http://www.edceisa.com.pe/popup_image.php?pID=40

(*) Post también publicado en blogcanaleducacion.es

Juanjo Vergara en la red: