Abro mi participación en la sección de innovación educativa de blogcanaleducacion.es y tras
un primer impulso de tirarme a la piscina y liarme a desmadejar
experiencias y líneas de acción novedosas, se me ha ocurrido meter
tímidamente el pie a ver si el agua está muy fría o demasiado caliente.
Incluso si el espejismo de una piscina llena de propuestas ‘innovadoras’
esconde un tinto avinagrado, el agua de la vieja fuente de nuestros
antepasados o verdadero ácido corrosivo con apariencia inocua.
Así que me voy a la wiki para ver la raíz etimológica y me dice que el vocablo innovación tiene que ver con la acción de hacer algo nuevo con la dirección de dentro. No me queda muy claro si se refiere a hacer algo nuevo con lo de dentro –lo que como metáfora educativa podría explorarse como un acto de purga intestinal–, o hacer, desde dentro, algo nuevo
–lo que parece invita a pensar en una suerte de iluminación proyectiva
de una verdad revelada o, quizá, inventada–. De las dos hay, pero de eso
ya hablaremos en otro post.
En fin, parece claro que la cosa va de “hacer algo nuevo”
así que me pongo a buscar ejemplos y los encuentro en los periódicos.
Según esta acepción, Innovación parece ser la contratación de profesores
nativos de inglés para dar geografía de España, la implantación con
calzador del IMQF en centros públicos, la extensión de pruebas
homogeneizantes de nivel en cada etapa-curso educativo. También es nuevo
que en vez de disminuir las ratios de profesor-alumno se aumenten o que
los organismos institucionales que incluyen la palabra innovación
en su propio nombre, decidan avalar –con publicaciones propias–, la
idea –incorrecta por otra parte– de que una de las claves de la
excelencia danesa en educación es la ausencia de innovación y
experimentación. También es nuevo sostener -con la ignorante arrogancia
de quien no se ha dedicado a vivir un proceso educativo con un grupo de
alumnos más que un centenar de horas-, que no es necesario preguntar por
los caminos a recorrer a aquellos que ‘escriben’ día a día –y por miles
de horas– las historias de la educación. La historia de Juan, Felipe,
Andrea, Lucía… Y que no preguntan está claro. Ni escuchan. Ni ven.
Hay muchas formas de innovar en educación. Las que me interesan no
son estas nuevas prácticas sino las que exploran caminos con un fin muy
distinto. Y el fin que me interesa en las prácticas innovadoras está muy
comprometido con algunos de los discursos que se llevan escuchando hace
décadas y otros que estamos creando entre algunos hoy mismo desde la
experiencia educativa.
¿Innovar para qué? Si innovar supone la experimentación de
metodologías, recursos, materiales, proyectos que buscan segregar aún
más una sociedad en la que la brecha de la pobreza es cada vez mayor. Me
te temo que me interesa poco. Con esto me refiero a la innovación
como generadora de marcas asociadas a campañas de marketing educativo.
Prácticas educativas en las que lo primero que nace es la marca y su
logo.
Porque la palabra innovación se
ha convertido en un término talismán que se utiliza convulsivamente
intentando dotar de modernidad, eficacia y excelencia cualquier tipo de
proyecto o centro educativo que lo nombra. Un término que por exceso de
uso ha perdido su significado. Algo parecido ocurre con
la creatividad, competencia, inteligencia emocional. Con todos esos
ingredientes hoy se cocinan productos de consumo educativo por doquier:
desde libros, películas, software, centros educativos de excelencia e
incluso programas de televisión. Productos que poco tienen de innovación
y mucho de penetración en el mercado. El mercado de los euros y el
mercado de los pensamientos, los valores, los dictados del “estar en el
mundo”. También de segregación, de diferencia, de brecha. No es esta la innovación que me interesa.
Pero, ¿qué hay de nuevo en la educación que necesita de tanta
innovación? Porque algo está claro; los centros o programas que se
asocian a los términos innovación, creatividad, etc. lo hacen sabiendo
que estos –y no otros– son los ingredientes indispensables en una
educación de calidad en nuestro tiempo.
La sociedad actual nada tiene que ver con aquella que exigía de una
transmisión de contenidos y valores de generación en generación. Los
valores en alza son los que hacen competentes a las personas para
cambiar, adaptarse, crear. Nadie sabe cómo
será la sociedad en unas pocas décadas. Lo que sí se sabe es que vivir
en ese mundo exigirá una alta capacidad de innovación, creatividad,
sociabilidad.
Hace años que muchas voces apuntan la necesidad de cambio de las escuelas. Ken Robinson
–con sus célebres vídeos en youtube– y tantos otros acusan a las
escuelas de matar la creatividad, de alinear, de incapacitar a los niños
y jóvenes para convertirse en ciudadanos activos en esa nueva sociedad
de la comunicación.
Sin embargo, los planes de estudio y las políticas educativas siguen un camino totalmente opuesto.
El ejemplo más llamativo es el aumento en el número de pruebas que
estandariza el aprendizaje y la forma en que lo obtienen los alumnos
Es como si viajáramos imparables a una segregación radical de nuestros jóvenes:
Unos se
educarán en centros en los que se ensayan programas innovadores en los
que se busca el desarrollo de competencias necesarias para convertirse
en ciudadanos activos en la sociedad de la comunicación.
Otros se
educarán en centros en los que los programas de formación del
profesorado y los programas de innovación se limitan al manejo de las
tecnologías y el dominio del inglés.
Centros
que formarán cerebros de pensamiento flexible, creativo, emprendedor,
proactivo frente a otros que formarán para atender al turista en un
inglés aceptable y manejar con cierta facilidad la caja registradora.
Parece que a los centros públicos les
ha tocado la segunda función si miramos los proyectos de formación del
profesorado que se subvencionan desde las autoridades educativas o la
supresión de premios y subvención a proyectos de innovación en
comunidades como la de Madrid ¡y antes de la crisis, por cierto!
Así que hoy, desde mi modesto punto de vista, hablar
de innovación es –entre otras cosas– hablar de brecha digital
en una sociedad conectada. La brecha que separa los que tienen acceso a
la red como escenario de creación, como herramienta de empoderamiento y
otros que protagonizan el acceso a la red como una herramienta alienante
en una vida dictada.
Distintos modelos educativos
que se desarrollan sobre metodologías distintas y con ensayos
innovadores distintos. Ambos modelos llevan asociado el adjetivo
“innovador”, sin embargo solo me interesa uno de ellos.
Es la brecha entre una
educación creativa, activa, empoderada y otra repetitiva, estandarizada,
que responde solo a una función instrumental.
La diferencia entre implantar planes “innovadores” para la enseñanza
del inglés o el uso de las ‘nuevas’ tecnologías y apoyar programas
innovadores que ensayan sobre metodologías participativas, socializadas,
en red, flexibles, creativas….
¡Polisemias del logo ‘innovación’!….. frente a estas, hablar de innovación es interrogarse sobre el mecanismo de la escoba: ¿para qué sirve una escoba? (“No pienses en una escoba”)
Fuente de la imagen: http://www.edceisa.com.pe/popup_image.php?pID=40
Juanjo Vergara en la red: