Hace unos días tuve una interesante discusión sobre el uso de móviles en las clases.
El contexto era una reunión de profesores
y los protagonistas un grupo de alumnos de entre 18 y 30 años. En un
momento de la reunión una profesora cuenta preocupada un suceso que le
había ocurrido unas horas antes. Lo narra de la siguiente manera: Estaba
en su clase viendo una película que hacía relación al tema del silencio
y el sonido, cuando observa que una de las alumnas está distraída y con
el móvil en la mano. Cuando se acerca a ella y la pide que se centre en
la película, la alumna se muestra especialmente molesta. Se queja de
que no debería llamarla la atención en público.
En la
narración que hace la profesora, describe su perplejidad porque piensa
que se lo había comentado de forma a su juicio discreta, sin embargo
parece ser que la alumna no lo percibe así.
Lo más interesante del hecho viene a continuación. La
profesora en cuestión cuenta que la alumna dijo que estaba segura que
eso ya se sabía por el resto de alumnos y lo estaban en ese momento
comentando por whatsap. Cuando la profesora levanta la vista
observa como efectivamente muchos teléfonos lucen en la sala. Algo que
es relativamente habitual y que en este caso la deja lo suficientemente
preocupada como para compartirlo con el equipo.
El hecho es interesante ya que visibiliza la existencia de un potente currículo etéreo –currículo móvil, lo he querido titular- que es estable en todo el proceso educativo y del que –en este caso- el docente es ajeno. Me interesa especialmente aclarar que no
se trata de un conjunto de pequeñas pinceladas, matices o variables que
influyen de forma más o menos puntual en la construcción del currículo.
Lo que tenemos delante es un abultado currículo que navega por los
móviles y que no es currículo oculto –en la medida que se hace visible para quienes acceden al él- y tampoco es explícito –ya que no ha sido incorporado de forma intencional a la propuesta didáctica por parte del docente-.
¿Cómo se posiciona el resto del equipo ante la narración de esta profesora?.
Las respuestas que tuve ocasión de
escuchar ejemplifican algunas de las posiciones actuales del profesorado
sobre el tema (los nombres son falsos):
Julia (la profesora protagonista): Estoy preocupada y no se qué medida voy a tomar. Quizá pedir que se dejen todos los móviles a la entrada en una caja.
Julián: Yo es que a veces no sé si me están atendiendo a mi o están hablando con el novio.
Lucía: Bueno hay muchas veces que viene muy bien. Yo a veces les digo que busquen información o una imagen y es automático. Aunque a veces no sé que hacen. Me dicen que están buscando información y no sé si es verdad.
Lucio: Un montón de veces les ves que comprueban cosas que explicas en los móviles. A mi me han corregido un montón de veces con nombres de autores, fechas o cosas por el estilo.
Paqui: Ya pero la verdad es que es algo que hay que reconocer que está ahí. No podemos cerrar los ojos a que hoy es imposible cerrar la puerta y dar clase.
Paco: Yo tengo un grupo de whatsap con ellos y la verdad es que me mola. Se mucho de ellos y ellos comparten, aunque a veces no se que hacer con todo eso.
Adolfo: Yo lo tengo claro. La consejería de educación ha prohibido el uso de móviles. Yo no lo permito por normativa y punto.
En este post-planteamiento –imposible por espacio hacer el nudo y desenlace-, al menos se pueden dibujar algunas líneas de discusión sobre el tema:
Como bien demuestra el suceso que explica Julia,
la red estabiliza la construcción de un currículo que responde de forma
autónoma a los clásicos qué, cuando, dónde cómo, etc. Es decir,
construye potentes contenidos, modelos relacionales, espacios donde se
desarrolla el currículo, cuestiona el concepto del espacio educativo y
lo es muy importante en este caso: el del papel del docente y de la
propia institución escolar.
Curiosamente los equipos de profesores
siguen cuestionándose como integrar este fenómeno en el aula. Para ello
pretende utilizar estas tecnologías como recursos didácticos. Gran
error.
Cada vez más se van sumando las voces que intentan explicar que de lo que se trata es de cambiar la mentalidad. No se trata de integrar cacharros a nuestro modelo de enseñanza, sino pensar que papel debemos jugar en este nuevo escenario comunicativo.
Esto genera inseguridad -Julián
dudaba si estaba siendo atendido por sus alumnos o no-, Lucía intentaba
utilizarlos como herramienta pero sin perder el control –cosa que no
podía asegurar-.
Lucio constataba algo que sabemos: no somos el referente como fuente de información. Las redes sociales e Internet hace mucho que ocuparon ese lugar.
Paqui se deja seducir por un nuevo espacio educativo. Un escenario ridículo en el que cerramos la puerta de la clase y en los bolsillos de los treinta alumnos tenemos abierta la red al mundo.
Paco se lanza a la red y descubre ese currículo móvil. Ahora queda ver como cuadra con el currículo explícito y también con su papel como docente.
Mientras esto sucede las consejerías de
educación sacan normativas que prohíben el uso del móvil en las aulas.
Adolfo y otros muchos como él están encantados. Menos mal que algo así
no sucedió cuando Gutenberg sacó la cultura de los monasterios y la hizo
accesible con un sencillo cacharro. ¿Os imagináis que la imprenta no
pudiera usarse “por normativa”?.
Nos encontramos en un momento
complicado en el que en vez de acompañar al profesorado en el duro
proceso de reinventar la educación para que se convierta en un agente de
cambio en este nuevo contexto global, asistimos a la puesta en escena
de la contrarreforma educativa más irracional e indocumentada de las
últimas décadas. En este contexto, no es de extrañar que cada vez haya más voces como la de Adolfo.
Fuente de la imagen: http://us.123rf.com/400wm/400/400/kapu/kapu0905/kapu090500555/4903372-telefono-antiguo.jpg