lunes, 5 de noviembre de 2012

Habitaciones, papeles pintados y fronteras.




 Hace algunos días María Acaso me invitaba a un ciclo de encuentros que –organizado por el grupo de Pedagogías Invisibles- reúne en grupos de discusión a personas que intercambian sobre algunos disparadores de ideas en torno a la educación. El proyecto lo han llamado HABITACIÓN e invita a diferentes agentes a reflexionar sobre las arquitecturas necesarias para un nuevo ecosistema de aprendizaje. La propuesta se habitaba en el Matadero de Madrid y los disparadores –o temas propuestos y calendarizados- son a cual más sugerentes:
1.- Estructuras,
2.- Mobiliario,
3.- Tecnología,
4.- Decoración y
5.- ‘Otros’ sentidos.
En la primera sesión tuve la ocasión de disfrutar y aprender de jugosos análisis sobre las estructuras necesarias para un cambio de paradigma en educación. Arquitectxs, gentes del mundo del arte, no-alumnxs y si-exalumnxs dibujaban líneas que podrían delimitar –o abrir- las nuevas arquitecturas educativas.
¿Qué características debería tener una estructura educativa?. Las propuestas que se escucharon eran a cada cual más sugerentes. Espacios abiertos, tomar conciencia del umbral, entender la estructura como un espacio relacional, como un nodo discontinuo de situaciones vitales en las que se aprende …
Mi experiencia vital en aquel encuentro –educativa en definitiva- me llevaba a mi práctica diaria en estructuras clásicas de aprendizaje como las que observo día tras día y que rompo en la medida de lo posible –y a costa de disfrutar del adjetivo ‘juanjadas’-. Estructuras típicas en un centro educativo de muros cerrados, puertas cerradas, horarios, desconexión móvil, delimitación clara de la frontera entre el dentro-fuera, etc, etc.
Frente a todo esto, escuchar propuestas alternativas me hace sentir una cálida compañía. Sin embargo, también me reconocía en una cierta situación de extrañamieto respecto a lo que escuchaba.
¿Sería posible generar experiencias educativas en una estructura ideal?.
Soñemos una situación ideal para el centro educativo. ¿Es esto lo relevante para que se produzca el aprendizaje con las características que deseamos?
En mi día a día, lo que descubro es que lo que realmente hace potente el espacio educativo es la acción que se ejerce en él. Lo que es imprescindible es que este espacio permita impresionar a los que lo habitan hasta el punto de ponerlos en situación de cuestionarlo y decidir acciones con (o contra) él.
Ser capaz de mirar el espacio educativo, las paredes, los muros, las puertas o la ausencia de ellas tiene potencia educativa en la medida que somos capaces de sentirlas, escucharlas, soñarlas y decidir acciones con ellas.
No en balde nuestras amigas de Pedagogías Invisibles han dejado para la última la sesión dedicada a “otro sentidos” o lo que es lo mismo: reflexionar sobre quién habita los espacios y qué hace con ellos.
Innovar es habitar. En el caso de nuestros centros; habitar los espacios que transitamos día a día.

(*) Post publicado también en blogcanaleducacion.es
 
Juanjo Vergara en la red: