En mi personal historia del curso –ese 
periodo de tiempo que viaja de septiembre a junio-, estas fechas son 
días de maleta, cepillo de dientes y cámara de fotos.
 En torno al final del invierno y entrada
 la primavera es cuando se acumulan viajes y salidas con grupos de 
alumnos con la intención de aprender en el viaje, compartir 
experiencias, husmear otras realidades e incorporar todo eso al 
aprendizaje.
Alguna de ellas han ocupado post en este mismo Canal como el del péndulo de Ifoulou, el viaje a Málaga o InterActúa.
El asunto es que la semana pasada vivía una cadena de actividades 7/24 con varios grupos –entre ellas las Jornadas de Animadores Socioculturales InterActúa- y en poco más de un par de semanas viajaré con otro grupo a distintos lugares del Atlas.
Es una época de viajes en la que cada 
momento del día es una ocasión educativa y en la que las fronteras entre
 lo público y lo privado, lo formal e informal se rompen. Entre estos 
periodos vuelvo a las clases de cincuenta y cinco minutos, puertas, 
aulas y pupitres.
Como se puede imaginar el choque entre 
uno y otro contexto educativo es una verdadera bofetada. Así que este 
año he decidido aprovechar la ocasión para no obstinarme en hacerlos 
coherentes.
Ver 
la realidad de los centros con una mirada deshabituada. 
Desfamiliarizarme de la realidad –e invitar a que haga así por quienes 
la habitamos-. Poner de manifiesto cada elemento de la realidad de los 
centros como algo extraño a la naturaleza de la educación me parece una 
terapia muy saludable.
El 
extrañamiento no tiene porqué ser una terapia agresiva, más bien la 
actitud de mirar la realidad desde los ojos de quien no parte de 
supuestos irracionales. De cuestionar rutinas, hábitos y suspuestos 
erróneos y errados de la educación.
En esta capacidad de cuestionar la realidad y hacerla extraña, un maestro: el gran Gila.
 
