miércoles, 17 de abril de 2013

El extrañamiento como terapia educativa.

En mi personal historia del curso –ese periodo de tiempo que viaja de septiembre a junio-, estas fechas son días de maleta, cepillo de dientes y cámara de fotos.

 En torno al final del invierno y entrada la primavera es cuando se acumulan viajes y salidas con grupos de alumnos con la intención de aprender en el viaje, compartir experiencias, husmear otras realidades e incorporar todo eso al aprendizaje.

Alguna de ellas han ocupado post en este mismo Canal como el del péndulo de Ifoulou, el viaje a Málaga o InterActúa.

El asunto es que la semana pasada vivía una cadena de actividades 7/24 con varios grupos –entre ellas las Jornadas de Animadores Socioculturales InterActúa- y en poco más de un par de semanas viajaré con otro grupo a distintos lugares del Atlas.

Es una época de viajes en la que cada momento del día es una ocasión educativa y en la que las fronteras entre lo público y lo privado, lo formal e informal se rompen. Entre estos periodos vuelvo a las clases de cincuenta y cinco minutos, puertas, aulas y pupitres.

Como se puede imaginar el choque entre uno y otro contexto educativo es una verdadera bofetada. Así que este año he decidido aprovechar la ocasión para no obstinarme en hacerlos coherentes.
Ver la realidad de los centros con una mirada deshabituada. Desfamiliarizarme de la realidad –e invitar a que haga así por quienes la habitamos-. Poner de manifiesto cada elemento de la realidad de los centros como algo extraño a la naturaleza de la educación me parece una terapia muy saludable.

El extrañamiento no tiene porqué ser una terapia agresiva, más bien la actitud de mirar la realidad desde los ojos de quien no parte de supuestos irracionales. De cuestionar rutinas, hábitos y suspuestos erróneos y errados de la educación.
 
En esta capacidad de cuestionar la realidad y hacerla extraña, un maestro: el gran Gila.